De entre las fiestas que se
celebraban en el Poblado Forestal de Mazagón, una cobraba especial interés por
lo divertida que era y también porque es una de las que más recuerdan sus
antiguos habitantes. Se trata de la Fiesta del Pino que se celebraba el día de
San Juan.
Esta fiesta que seguramente surgió
por la influencia de las personas que procedían del Andévalo onubense (Tharsis,
Minas Herrerías, La Zarza, El Perrunal, El Granado…) es igual que las que se
celebran en las diferentes poblaciones de esa comarca. En ella participaba
mayoritariamente la juventud.
Por la mañana, los hombres traían
del campo un palo largo que las mujeres adornaban con romero, cadenetas y
banderitas de papel. En la parte superior del palo se colocaba un pepino, un tomate
y un espejo.
El palo se ponía en el centro de
una de las calles de chozas, justo donde estaba la fuente (El Grifo) donde se
tomaba el agua.
Al atardecer la gente se agrupaba
junto a este tótem, símbolo fálico ancestral, “símbolo de lo fértil dentro del
mundo rural”, o eso recuerda ese gran palo clavado en la tierra al que la gente
adorna, canta y baila en corro a su alrededor, “como si el mundo girara
alrededor de un eje, el único eje, el más antiguo, el de la fertilidad”, como
nos hace ver Manuel Garrido Palacios en su artículo “Sanjuaneando”, publicado
en el año 1988 en la Revista de Folklore nº 94.
La gente se ponía en círculo
alrededor del palo adornado e iban andando en corro, agarrados de las manos y cantando
las letrillas con el tono típico que iniciaba una persona y le seguían las
demás, tocando panderetas y haciendo palmas: “Día de San Juan Alegre / día
triste para mí / porque Juanillo se llama / la prenda que yo perdí.” Al cantar
el estribillo, “Ole ole tengo un chaleco / ole ole de tira bordá / ole ole yo
no me lo pongo / ole ole hasta San Juan” el corro se paraba y se miraba a la
persona que se tenía a la izquierda y a la derecha, alternativamente.